A medida que avanza el año, muchas empresas empiezan a plantearse si están haciendo lo suficiente para mantener el desarrollo de su equipo al ritmo que exige el entorno actual. Se detectan necesidades de mejora, pero no siempre se sabe por dónde empezar ni cómo abordar un plan formativo que sea realmente útil y viable.
Uno de los mayores obstáculos a la hora de poner en marcha un plan de formación es la dificultad real que supone determinar qué necesita aprender cada persona dentro de la organización. No basta con detectar una carencia genérica o elegir cursos populares. Identificar qué competencias concretas debe reforzar un trabajador, y asegurarse de que ese aprendizaje está directamente vinculado con los objetivos estratégicos de la empresa, requiere tiempo, análisis y perspectiva. Esto implica revisar funciones, evaluar desempeño, entender prioridades de negocio y traducirlo todo en un itinerario formativo coherente. Para la mayoría de las empresas, abordar ese proceso desde dentro, con recursos limitados y bajo presión operativa, no es viable. Por eso, apoyarse en una consultoría externa no solo aligera la carga de trabajo, sino que permite estructurar un plan eficaz, con sentido, y con retorno.
Además, muchas empresas no están aprovechando un recurso económico que ya tienen disponible: los créditos FUNDAE. Estos fondos, que se acumulan a lo largo del año y permiten financiar acciones formativas bonificadas, están infrautilizados en muchos casos por desconocimiento o falta de tiempo para gestionarlos. Una consultoría no solo puede diseñar el plan de formación, sino también encargarse de toda la gestión técnica para que el uso de estos créditos no suponga una carga adicional para la empresa.
Otro freno habitual es el tiempo y la logística. Coordinar formaciones presenciales, reorganizar horarios o desplazar equipos no siempre es posible. Por eso, cada vez más organizaciones optan por soluciones que se adaptan al día a día. A través de virtualizar contenidos propios de la empresa, como procesos internos, protocolos o programas de onboarding. Y cuando se requiere un enfoque más directo o personalizado, también es posible combinarlo con sesiones presenciales o semipresenciales.
El momento para poner en marcha un plan formativo no es diciembre, cuando ya es tarde, sino ahora. Aún queda margen para estructurar una propuesta útil, financiarla con recursos disponibles y ejecutarla de forma escalonada a lo largo del año. En un entorno donde los cambios son constantes, confiar en que los conocimientos actuales serán suficientes a medio plazo es un riesgo. Las empresas que apuestan por la formación continua no solo desarrollan a sus profesionales, sino que fortalecen su capacidad para adaptarse, innovar y responder con agilidad. Formar no es un gasto ni un extra opcional: es una inversión que se refleja en la eficiencia, la motivación y la competitividad de todo el equipo. Tomar decisiones formativas a tiempo marca una diferencia que va mucho más allá de los contenidos: transforma la cultura interna y prepara a la organización para lo que viene.
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